lunes, 29 de diciembre de 2008

FRATERNIDAD SACERDOTAL


Por Rodolfo Antonio García Martínez, 3° Teología

Me he estado preguntando si en la llamada que Dios nos hace al sacerdocio, hay una llamada intrínseca a la soledad. Muchos sacerdotes viven y trabajan sin compañía de otro: en comunidades parroquiales, departamentos o comisiones pastorales; incluso algunos, cuando han dejado ya de ejercer su ministerio por su edad avanzada, viven sin compañía.


Antes de concluir algo así hemos de contemplar la vida de los primeros discípulos, llamados de viva voz por el Maestro, y descubrir en su experiencia si la soledad pertenece de manera esencial al llamado sacerdotal, si las distancias entre unos y otros de los apóstoles definieron como un modo de vida la soledad.


Cada discípulo recibió un llamado particular, y cada una de sus experiencias, narrada por los evangelistas es descrita de modo diferente: pensemos en el llamado a Pedro, a Mateo o Pablo… todos fueron diferentes, cada uno en el escenario que rodeaba al discípulo, pero no por eso se convierte en un llamado a la soledad, sino en un llamado personal. Nos llama por nuestro nombre.


Es un llamado a la vida de la comunidad. Una comunidad cuya principal misión es “estar en compañía de Jesús” y sólo por eso, a la misión de anunciarlo a todos los pueblos y en todas las lenguas. Fueron enviados de dos en dos, nos narra el evangelio. Aún después de la resurrección, después de la promesa que les hizo Jesús de permanecer con ellos para siempre, la distancia no fue capaz de romper la experiencia de comunión… en las cartas católicas y paulinas leemos frases como: “A todos los que Dios amó y llamó a ser consagrados, gracia y paz” Rom 1,7 o “…Silvano, a quien considero un hermano fiel” 1Pe 5,12; “espero visitarlos y hablar con ustedes cara a cara” 2Jn 12; estos versículos no hacen sino constatar que se sabían y sentían comunidad, comunidad de hermanos alrededor del Señor.


Esto me hace pensar que aunque la falta de vocaciones a la vida sacerdotal (o más bien de respuestas a la llamada divina) nos puede hacer pensar que realmente se incluye una llamada a la soledad, lo que sucede es precisamente lo contrario: lo que se incluye es un llamado a la comunión: los discípulos buscamos la comunión con los otros discípulos porque queremos estar en comunión con el Maestro, y el encuentro personal con Jesús lo hacemos vida cuando lo hacemos en comunión, cuando damos de beber al sediento, visitamos al enfermo, enseñamos al que no sabe o corregir al que yerra.


Por eso los seminaristas hemos de ver en la llamada al sacerdocio un llamada a la comunión, a ver en cada compañero una viva imagen del Señor, un don para mí y para la Iglesia, un hermano y amigo con quien compartir mi vida. Y a considerarnos, cada uno con sus cualidades y límites, un regalo de Cristo para los otros. Cada uno tenemos nuestra historia, en ella Jesús nos salió al encuentro y junto a los otros iniciamos una historia comunitaria, porque tú y yo, juntos, somos Seminario de Monterrey.

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